jueves, 21 de mayo de 2009

25- Quebrada de la Huamaca (miedos y alegrías)

Y aunque fue doloroso separarme de Chile y de San Pedro al que por fin había cogido el gustillo, mi siguiente destino era otro de los sitios que más apetecía visitar, el noroeste argentino, y así la mancha de un desierto con una quebrada se quita, me metí pronto en el mundo de estas tierras.
Y desde aquí de Tilcara, en mitad de la quebrada de Huamaca, escribo estas líneas, pero no lo haré tanto hoy como en un diario de viaje habitual sino más bien como en un diario habitual de vida. Contando cosas que normalmente no caben en los escritos, ni en las cámaras de fotos ni de video, cosas difíciles de contar salvo por enumeraciones algo cursis.
Miedos por ejemplo. A la vasta naturaleza americana. A morir de frío y noche en el Chaltén por ejemplo, pero también a despeñarse por la garganta del diablo o irse al diablo en mitad del desierto, con un sol que no entiende de otoño. Y eso por no hablar de las enfermedades, del miedo a enfermar en la peor epidemia de dengue de la argentina, de la rabia, de la reciente porcina y los aduaneros embozados. De apendicitis inventadas o gastroenteritis pragmáticas. Miedo a estar sólo en este mundo tan grande, a no volver a ver a la gente que quiero.
Y alegrías que no se pueden explicar. La alegría de los colores por ejemplo: del azul, blanco y verde de la patagonia hasta los rojos, ocres y negros de los andes.
La alegría del agua, de los ríos y lagos, del mar. Peró también de la tierra, de la fertil y la muerta. Los volcanes, espejo del fuego. Y el aire. El aire de América, un aire limpio. La esencia de la Pachamama.
La alegría simple y primitiva de sentirse bien comiendo. Comiendo sólo, bebiendo pisco, o cerveza, o agua. Emborrachándose ligeramente. O profundamente.
La alegría de andar por las montañas, sólo. Como un hombre. De cruzarse con una mujer que saluda desconfiada y que lleva una criatura colgando de la espalda en mitad de ningún sitio. La alegría de que exista un mundo tan hermoso. Y poder verlo. Un mundo tan diferente al mío, pero también parecido cuando en la noche de Tilcara los niños juegan a las canicas y al escóndite como yo jugaba en las noches de mi pueblo hace veinticinco años.
La alegría de sentirse bien con uno mismo, de reirse de una broma secreta, que nadie más entendería y que está condenada a perderse, pero que de momento es nuestra. La alegría porque dentro de poco podré estar cerca de la persona a la que amo. De conocer a gente, gente de todo el mundo, de paises ricos, de paises pobres. Y preguntar las mismas cosas, ¿de dónde vienes?, ¿a dónde vas? ¿Cuánto tiempo estarás? Que pudieran parecer superficiales, pero que bien mirado son las mismas preguntas que el hombre se ha hecho desde hace tanto tiempo. En estas mismas quebradas, por ejemplo, hace dos mil años. Gentes que vivían en casas de adobe y barro, masticando coca para sobrellevar la altura. Fumando alucinógenos y enterrando a sus muertos en complejos rituales. Hechos a la tierra, que entendían como algo vivo. Llenos, en definitiva, de miedo y alegría.

2 comentarios:

  1. Mi entrada favorita Toño.

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  2. qué hindada a llorar! normalmente se me empañan un poquito los ojos y tal, me emociono, ya sabes como hoy pero hoy me he tenido que ir al baño, ya que como sobes te leo en la oficina y claro mis compañeros no saben que me pasan piensan en algo malo, aunque se equivocan son lágrimas alegres. muchos besos de la tata.

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