sábado, 9 de mayo de 2009

20- Un día en Santiago (8-05-09)

Nadie habla demasiado bien de ella, no se distingue por su cocina ni por su cultura ni por su belleza, y por el contrario es famosa por sus contaminados cielos que no pueden airearse por estar acorralados por los andes. Aún así Santiago es una de las capitales sudamericanas más tranquilas y estaba a una hora y media de Valpo, asi que no lo pensé más y decidí visitarla llevándome simplemente la cámara de fotos y un puñado de lucas.
Me costó un poco, iba sin guías ni mapas, encontrar la oficina de turismo y orientarme. Me sentía extraño en una ciudad grande, y quién me iba a decir a mí que reniego de ellas normalmente, bastante agusto entre la fauna variopinta que suele conformar estos monstruos con millones de habitantes. Respire profundamente y me dije, estoy en Santiago, en Santiago de Chile, ahí está el palacio de la Moneda y allá pasó lo de Allende.
Por el centro de Santiago deambulaban empresarios colgados del celular, consumistas como usted y como yo dispuestos a comprar cualquier cosa que necesiten o no, jovenes calzados con sus converse all star o imitaciones, fumando cigarrillos y riéndose con esa risa tonta y fresca de esa edad. Mendigos, tullidos, algún turista despistado, buscavidas en la plaza de armas, ociosos leyendo la prensa, ociosos paseando, ociosos simulando estar dirigiéndose a algún sitio. lectores del tarot, y esto ya es menos habitual, muchos. Y me acordé de Jodorowski claro, de la alegría de descubrir sus ideas. Y pensé en la cantidad de buenos escritores chilenos, en Neruda, en Mistral, en Donoso, en el propio Jodo, en Bolaño, en Nicanor Parra, en Tellier. La cantidad de poetas sobre todo, y bien extraños algunos.



lectura de tarot cerca de la plza de armas

Y en estas cavilaciones me colé en el museo precolombino que es una absoluta delicia, y una experiencia que recomiendo a todo aquel que se encuentre a menos de veinte mil kilómetros de Santiago de Chile. Donde se exhiben muestras de los diferentes pueblos de la América que el hombre blanco despreció. De infinitos pueblos de los que yo no sabía nada o casi nada y que compartían los mismos mitos que el resto de pueblos del mundo de los que ellos nada sabían, pero con los que igualmente estaban hermanados por aquello que Jung describió tan inteligente y hermosamente, en sus teorías.
Y me quedé maravillado con los Chemamull que eran esculturas que los mapuches colocaban en las tumbas para ayudar a los espíritus de los muertos a encontrar el Nag Mapu, un lugar desde el que ayudar a sus parientes vivos en lugar de errar como espíritus malignos. O las momias de los chinchorros, un pueblo muy ancestral del norte de Chile que embalsamaba a los muertos cinco mil años antes de Cristo, es decir, tres mil años antes de que lo hicieran los egipcios.


Escultura de Chemamulls


Y de allí, me fui al mercado central a comer Congrio a lo pobre, muy rico, con un pisco sour, claro. Y luego a pasear por los barrios de Santiago, una ciudad con barrios ricos y pobres, y muy pobres. Con la zona del Pío Nono a la que llaman bohemia, pero que a mí me pareció simplemente una calle donde se vendían artesanías y los jovenes bebían a tempranas horas y grandes cantidades. Y subí hasta los cerros, a ver Santiago desde lo alto, y me encontré una ciudad de rascacielos, una ciudad inmensa, como las capitales de Europa, sobre la que planeaba una nube rosada y negra, una nube que pareciera tener vida propia y estuviera esperando algo.

puesto de pescado en el mercado central


Vista de Santiago al atardecer

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