sábado, 25 de abril de 2009

14- Chiloé (23/26-04-09)

Chiloé está formado por un conjunto de islas.
Un lugar extraño definitivamente. Fácilmente confundible con ciertas zonas de las islas británicas, si se viera en un simple parpadeo. Pero lleno de casas de colores y autobuses con músicas, donde se cantan las heridas de un amor sólo cicatrizable a base de tragos. Un lugar que buenamente pudiera ser Galicia o Asturias, pero con delfines y leones marinos.
Un lugar que parece salido del sueño de alguien. Alguien que con rigor cotidiano desayuna huevos escalfados, o rebanadas de queso blanco con confitura de higo, o quizá biscotes con salmón ahumado. Alguien que posiblemente fuma (una mano blanca afilada, la mirada perdida) largos cigarrillos blancos. Que muy probablemente gusta de cierta pintura hermosa y fácil, de frondosos paisajes y excesivos cielos marcados por tupidas nubes. En cualquier caso, y esto ya sin duda, alguien con fuertes crisis melancólicas, que desgastan sus fuerzas pero que no termina de definir con ninguna fórmula verbal. Alguien en definitiva, condenado a soñar este lugar de árboles de hoja infinita y madera jesuítica, del que posiblemente apenas recuerde nada una vez despierto.


Iglesia de Chonchi

Dalcahué


Palafitos en Castro

Y sí, he conocido a gente; a Yolond. A Carlos, Iñaki y Marta. He comido pescado exquisito y empanadas de marisco, he visto amanecer entre niebla y sol y he visitado iglesias y puertos y mercados de artesanía. Pero no me apetece hablar demasiado de eso, prefiero hablar de un instante. En una de las entradas de los prolegómenos del viaje, hablaba de esa sensación que a veces se tiene viajando, una sensación que no siempre acude ante los sitios más hermosos ni en la situación que pensamos más ideal. Hablaba de un momento en India, en el pueblo de Mussoorie.
El sitio se llama Chonchi. Un pueblo cualquiera, no demasiado lejos de Castro, la capital. Di un paseo por el puerto, estaba ya atardeciendo y hacía una bonita luz. Lindo pero sin excesos, nada demasiado especial (al menos comparado con lo visto hasta aquí). Escribí un trozo de mi diario de viaje, luego cerré el cuaderno y me quedé mirando el mar. Las gaviotas chillaban esporádicamente. No entendía muy bien su forma de actuar. Me pareció que respirar era sencillo, que bastaba con respirar para sentirse bien. El tipo que respiraba era yo, lo que suelo llamar yo. Estaba sólo, en un banco del muelle de un pueblo perdido en Chiloe, en la décima región de Chile. En el mundo. Vivo.

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